sábado, 21 de abril de 2012

Rúbrica


Siempre tuve dificultades para hacer la rúbrica. Cuando era un adolescente solo firmaba con mi nombre y mis apellidos. A veces me atrevía con un trazo. Una raya que era una raya, no una raya con un punto o dos líneas verticales. Mi madre me reprendía constantemente.  ¿Qué va a decir la gente cuando te vea firmar de ese modo? Pensarán  que no tienes personalidad, fíjate en tu padre. Al hacerlo, solo veía el ángulo ascendente de sus letras y el lazo con el que adornaba sus iniciales. Como si tuviera el mundo en sus manos.  Así que me puse a ello. Ensayaba piruetas y espirales día y noche, sin descanso, pero al final acababa escribiendo mi nombre como de costumbre.
Poco después me llevaron al psicólogo. Tras una charla preliminar me envió a una terapia de grupo con adolescentes y firmas como la mía, que no encajaban en el modelo.  Soy Ezequiel, he corregido mi tendencia  a la protección con dos trazos rectos, o me llamo Julia y ahora escribo mi nombre con mayúsculas y estoy mejor conmigo misma.  Y aplaudíamos y nos felicitábamos los unos a los otros, porque la victoria de uno era la victoria de todos.  No siempre era así desde luego. Había quienes recaían y volvían a sus antiguos hábitos, días enteros dedicados a la autocompasión y a las letras pequeñas y abarrotadas. Yo también sufrí una de esas recaidas. Estuve ingresado varios meses en una de las mejores residencias para el tratamiento de firmas. Aún recuerdo las sesiones en el módulo de aprendizaje y aquellos sensores de rúbrica autoprogramada.
A mi salida estudié derecho y olvidé todo aquello.  Ahora contemplo el mundo desde el quinto piso del  Sojo, uno de los edificios de oficinas más modernos del centro.  Desde aquí puedo ver  los pequeños cafés y las tiendas que saturan las calles cercanas, un hervidero de gente y  pasos apresurados.  A veces, cuando firmo un talón o una felicitación de navidad, siento un vago sentimiento de nostalgia por mi antigua firma, pero logro sobreponerme, como si  por fin hubiese alcanzado mis sueños.  Esa forma que tenía mi padre de abarcar el mundo.

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